MINEROS DE CLAUSURA

Dibujo Rubén Calvo. Texto Manuel Díaz
Dibujo Rubén Calvo. Texto Manuel Díaz

Se cumplen ya unos cuantos días desde que el primero de los mineros chilenos fuera rescatado y agasajado con honores de estado por el máximo mandatario chileno, un entusiasmado abanderado del sentimiento patrio, un exaltado candidato de doble raso, el perfecto anfitrión del convite de la impostura.

Y es que ahí donde apuntan los focos, donde la noticia se presiente intensa, se regocija en su mediocridad el mal político.

A la salida del trabajo, el día en que estaban siendo rescatados los mineros, encendí nada más subirme al coche la radio, y por suerte, acerté a escuchar una de las tertulias radiofónicas que más me entretienen últimamente, la que mantienen Manuel Delgado y Manuel Cruz en un programa de la ser. En ella, ambos filósofos trataban de poner algo de luz sobre la repercusión que una noticia como esa estaba teniendo en los medios de comunicación y el trato que pensaban ellos se le daría pasados unos días. Detuve el coche en doble fila durante unos minutos para prestar la máxima atención a la reflexión que Manuel Delgado estaba haciendo del tema, una reflexión la suya con la que me sentía totalmente identificado.

Argumentaba Delgado con tono firme que la expectación creada alrededor de este rescate, el circo que se había formado alrededor de un acontecimiento como este, estaba basado en el interés que suscitaba la posibilidad de que ocurriera un desgraciado imprevisto durante la liberación, para él el colofón extraordinario a una pantomina mediática sin precedentes. Ni más, ni tampoco menos.

Y a mi me hizo que pensar.

Porque es cierto que en estos meses de encierro obligado, poco o nada se ha hablado de las causas del derrumbe que sepultó a los mineros a 700 metros de profundidad, ni de los responsables de que eso ocurriera. Y si alguien puso el acento en denunciar alguno de esos hechos, la repercusión que ha tenido ha sido tan ínfima que huelgan las menciones. Lo que parece ser indiscutible es que, si en el momento del ascenso de uno de los pobres mineros, el ascensor de marras se hubiera atrancado, estropeado, o incluso desplomado, la audiencia media que las televisiones habían cuantificado en mil millones de personas, se habría acrecentado hasta límites insospechados.

A todos nos llenó de felicidad el hecho de ver que esos hombres fueran rescatados con éxito tras toda la inimaginable agonía que tuvieron que sufrir y nos congratulamos con el hecho de saber que a día de hoy se encuentren todos en un estado más que saludable, pero para mi esa alegría tan sólo es comparable con la tristeza que me produce la hipocresía mediática vitoreada por una parte grande de esta sociedad nuestra.

Celebro que todo este gran hermano mediático haya servido para precipitar la salida de los pobres mineros en un tiempo record, pero me gustaría que tantos focos y cámaras no nos hicieran perder la noción real de lo que está aconteciendo, sobre todo bajo nuestros pies.

 

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